domingo, 13 de noviembre de 2016

NACIÓN Y ESTADO

Escrito por José Alvarez Junco
Una vez más, vuelve a plantearse el problema de la distribución territorial del poder en este país como un enfrentamiento entre Cataluña y España, presentados como entes esenciales y monolíticos en lugar de sociedades complejas donde hay muy diversos individuos, grupos y opiniones. No hay más que leer la carta del president Mas en la que nos revela lo que Cataluña “quiere”, “ama” o “busca”. Ojalá lográramos que estos entes bajaran del Olimpo y hablaran por sí mismos. Pero nos hablan sus portavoces —autoproclamados—, que coinciden, por cierto, en algo: en negarle al contrario el título de nación. CatUna vez más, vuelve a plantearse el problema de la distribución territorial del poder en este país como un enfrentamiento entre Cataluña y España, presentados como entes esenciales y monolíticos en lugar de sociedades complejas donde hay muy diversos individuos, grupos y opiniones. No hay más que leer la carta del president Mas en la que nos revela lo que Cataluña “quiere”, “ama” o “busca”. Ojalá lográramos que estos entes bajaran del Olimpo y hablaran por sí mismos. Pero nos hablan sus portavoces —autoproclamados—, que coinciden, por cierto, en algo: en negarle al contrario el título de nación. Cataluña no es una nación, dicen los españolistas; ya le concedimos “nacionalidad”, hace cuarenta años; demasiado fue. España no es una nación, replican los catalanistas, sino un mero “Estado”; o sea, no es una realidad “natural”, dotada de derechos, sino un ente artificial e impuesto¿Qué es una nación? Se ha intentado mil veces definirla según criterios “objetivos” y ninguno funciona. ¿Se basa en la raza? Vade retro, Satanás, el concepto es peligroso y está, por suerte, obsoleto. ¿En la religión? Importa poco en nuestras secularizadas sociedades y, además, una religión abarca muchas naciones y una nación tiene varias religiones. ¿En la lengua? Hay varios miles de lenguas en el planeta, sin contar dialectos (que nadie sabe en qué se diferencian de las lenguas), y tampoco coinciden con las naciones. Al final, lo que de verdad define a la nación es un elemento subjetivo: son grupos de individuos que creen compartir ciertos rasgos culturales y viven sobre un territorio al que consideran propio. El factor clave es, por tanto, la creencia, la voluntad, la adhesión emocional de sus componentes.El otro día, en una carta abierta —bien intencionada, creo—, el expresidente Felipe González comparaba incidentalmente la situación catalana con los fascismos de los años treinta. Ofendió con ello al nacionalismo catalán, que presume de un pasado democrático impecable. Fue un error. Pero eso no significa que entre nacionalismos y fascismos no haya ninguna relación. Por el contrario, el fascismo es, entre otras cosas, una afirmación radical de la nación.Vistas así las cosas, es innegable que Cataluña es una nación, porque así lo creen y quieren la mayoría de sus habitantes. Pero, exactamente por la misma razón, España también lo es; porque hay muchos millones de personas que se sienten españoles. Y quienes se niegan a decir “España”, sustituyéndolo por “Estado español”, están ofendiendo —y lo saben— a todos aquellos para quienes tal palabra tiene un alto contenido emocional.Pero el nacionalismo puede combinarse con otros muchos proyectos y programas políticos. Puede, para empezar, fundamentar la democracia, en definitiva el derecho de una colectividad a decidir sus propios destinos. Pero ojo, porque también puede justificar una dictadura, el derecho de un líder iluminado, que conoce como nadie los deseos y destinos de su patria, a imponérselos a sus conciudadanos sin consultarles nunca nada. Igualmente, el nacionalismo puede combinarse con un programa radicalmente modernizador (la revolución Meijí, en Japón), para poner al país en condiciones de competir con sus rivales; y, al revés, puede ser contrario a toda innovación, en nombre de las tradiciones heredadas que constituyen la identidad nacional. El nacionalismo es igualmente compatible con un imperialismo expansionista, sobre pueblos considerados inferiores, así como con lo opuesto, un movimiento de liberación nacional antiimperialista. Y puede servir para ampliar los espacios políticos (Alemania, Italia, en el siglo XIX) o para dividirlos, como pretenden hoy los nacionalismos secesionistas.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

NACIÓN Y NACIONALISMO

Dioses útiles. Naciones y nacionalismos

José Álvarez Junco

Barcelona : Galaxia Gutenberg, 2016

 Escrito por Luis Roca Jusmet

La verdad es que el título que he puesto a la reseña puede ser solamente uno entre otros posibles y adecuados. Porque los temas y problemas que trata el autor son muchos y todos los aborda desde la lucidez, el rigor y la claridad.El libro está dividido en dos bloques diferenciados, el primero de los cuales, metodológico y conceptual es un instrumento más que valioso, tanto para saber lo que podemos entender hoy por nación cómo por nacionalismo. El autor nos explica muy bien cómo los estudios científicos contemporáneos cuestionan los tópicos heredados sobre el tema. Que el sentimiento nacional es un fenómeno natural de pertenencia a una sociedad, tan antiguo como ella; que el Estado es una construcción que tiene como base natural la nación ; que el nacionalismo es una doctrina política moderna. Estas hipótesis se replantea en términos críticos a partir de la Segunda Guerra Mundial y de los desastres provocados por los nacionalismos. Desde estos nuevos planteamientos se pasa a considerarse a la nación como un efecto, más que cómo una causa, del Estado moderno. El sentimiento nacional es moderno, aunque pueden encontrase antecedentes en la Biblia ( la creencia de los judíos como pueblo escogido) o de Grecia ( cómo pueblo civilizado frente a los bárbaros). Lo más específico del nacionalismo moderno es que va ligado a la idea de soberanía popular : la nación es soberana y es, por tanto, un sujeto político. Dentro del nacionalismo hay que diferenciar entre el cívico-republicano, ligado a la revolución francesa, y el étnico, ligado a la construcción de Estados como Alemania. Se hace también una sugerente analogía entre el nacionalismo y la religión; se pone también de manifiesto su utilización por la élites dominantes para consolidar su poder o para oponerse a él por parte de las élites locales.
Destacaré sobre todo la definición de la antropóloga Benedict Anderson en su concepción de la nación como un artefacto cultural que puede definirse como una "comunidad imaginada" ; ligada por cierto a la revolución técnica de los medios de educación y a la masificación de la educación, que le permiten que la población interiorice su relato y símbolos. Eric Hobwsman señalará que también hay que enterderla como ligada al liberalismo, en el sentido de abrir espacios políticos antifeudales y antimonárquicos y ampliar y estructurar los mercados. Se va señalando su carácter de fenómeno de masas y la coexistencia entre un nacionalismo heroico y agresivo y otro más banal y cotidiano. La sociología histórica de autores como Charles Tilly insistirá en el aspecto político más que en el cultural en la formación del Estado-nación. Será el creador de una burocracia como nuevo centro de poder. En todo caso, la nación es siempre construcción cultural, tenga más o menos bases objetivas. Esto llevará al problema de fondo de que hasta que punto hay características objetivas y hasta que punto es una identificación subjetiva. En la mayoría de casos hay una continuidad con las monarquías europeas pero solo esto. Ávarez Junco plantea, la necesidad de una distancia crítica y una objetividad del historiador, que no que no puede verse atrapado por los propios mitos creados por el nacionalismo. La definición final es que la nación es "un conjunto de seres humanos entre los que domina la conciencia de tener rasgos que los identifican como grupo ( lo cual implica un doble movimiento de unir y de separar) en un territorio. El Estado moderno es, entonces, "un conjunto de instituciones públicas que administran un Estado con medios coactivos, con recursos propios y capacidad de legislar."

MULTICULTUALISMO E INTERCULTURALISMO


Resultat d'imatges de multiculturalismo e interculturalismo



Escrito por Luis Roca Jusmet


 
 Criticar el multiculturalismo significa problematitzar dos cuestiones : En primer lugar la operatividad teórica de la noción de multiculturalidad para entender la sociedad contemporánea. En segundo lugar la propuesta política que hay detrás de la defensa del multiculturalismo.

  Pero voy a  aclarar cuál es la perspectiva a partir de la que orientaré la reflexión crítica, puesto que sólo podemos hacer una crítica si tenemos un criterio y quiero que éste sea explícito. Esta perspectiva es filosófica, lo cual quiere decir para mí que está orientada por la investigación de la verdad y del bien, sin mayúsculas ( no pueden tener un carácter absoluto) pero con determinación, es decir, sin perderse en un relativismo que acaba diluyendo cualquier afirmación. Hay un primer criterio epistemológico que es lo del realismo crítico, que por cierto formula muy bien uno de los autores que inspiran este texto, que es Kwame Antonthy Appiah. Este filósofo considera que aunque hay que mantener la idea de una realidad independiente del conocimiento, es la naturaleza del tema del cual hablamos el que nos trae a una posición realista o nominalista. y que justamente el problema de las identidad hay que abordarlo de manera nominalista. Y es nominalista en el sentido que, al margen de que nuestra identidad individual es real, todas las otras identidades ( las particulares y las universales) se basan en clasificaciones que son posibles pero no son necesarias. Es decir, que sin ser arbitrarias, sí son convencionales ( son productos del acuerdo, aunque estén basados en elementos comunes que representan propiedades reales ) pero con elementos subjetivos ( porque en última instancia hay un elemento fundamental en las identidades colectivas que es el de la identificación).
  En la perspectiva de la moral y la política, dice Appiah, también hay que mantener un cierto realismo, en el sentido de afirmar la existencia de elementos comunes incuestionables. La buena convivencia ( que es, creo, el objetivo de la moral y la política) se tiene que garantizar a partir del respeto y de unas normas que la posibiliten. Pero esto no se tiene que plantear en términos de valores porque estos principios universales no tienen que depender de ellos, puesto que son los que los posibilitan. El que hay que dejar claro es que estos principios comunes son concretos en el sentido que es a lo largo de la historia que se van cristalizándose. 
 Creo que lo hacen a través del respeto ( en la moral) y la democracia ( en la político). Considero inadecuada una moral que no se base en el respeto al otro, puesto que en caso contrario podemos hablar únicamente de una ética como sistema de valores ( tal como puede plantear Nietzsche, por ejemplo ) pero no de una moral, que siempre hace falta que esté orientada hacia el reconocimiento del otro y a las obligaciones que ello implica. Cómo dice el interesante y poco conocido filósofo francés Marcel Conche la moral debe ser universal mientras que la ética es particular y singular. La moral de los derechos del hombre es el absoluto moral de nuestra época porque hemos decidido intersubjectivamente que lo sea, no porque tenga un fundamento objetivo.. Del mismo modo no puede haber política sin democracia, como muy bien nos ha mostrado Jacques Rancière, puesto que si por política entendemos la acción pública, la intervención del pueblo transformado en ciudadano, sin democracia lo único que tenemos es un orden jerárquico y un sistema policíaco que lo mantiene.
Aquí hay que entender que, como dice Amatya Sen la democracia se tiene que entender no como un sistema político formal inventado por Occidente sino también como una conquista histórica de raíces mundiales, basada en la deliberación pública como premisa por las decisiones políticas.

 La teoría de referencia de defensa del multiculturalismo será la de Charles Taylor, filósofo contemporáneo canadiense y defensor de los derechos de la minoría francófona del Quebec en su país. La crítica del multiculturalismo lo orientaré a partir del análisis de un sociólogo crítico, Gerald Baumann y de algunas reflexiones teóricas de tres autores que ,curiosamente, tienen en común que aunque se han formado en nuestra tradición cultural europea proceden por su origen del nuestro el Otro : el Europa del Este, Asia y África. Son Slavoj Žizek y los anteriormente citados Amaryta Sen y Kwame Anthony Appiah, procedentes respectivamente de la antigua Yugoslavia, de la India y de Ghana. Seguiré este itinerario para llegar a una conclusión crítica respecto al multiculturalismo y formular una propuesta política alternativa.
  El término multiculturalismo apareció en Canadá en 1970 vinculado a la presión de la comunidad francófona quebenenca ante la mayoría de origen anglosajón. El año 1982 incorporó el reconocimiento explícito de la multiculturalidad a su Constitución. Este multiculturalismo aparecía, por lo tanto, como resultado de una demanda específica, que era la del reconocimiento de la identidad cultural de una comunidad minoritaria dentro de un Estado-nación. Lo podemos englobar dentro de una opción comunitarista, que considera que la identidad personal la adquirimos dentro de grupos culturales cohesionados de manera homogénea y claramente diferenciados de las otras comunidades. Sin denominarlo así, el nacionalismo catalán utiliza este concepto para reivindicar Cataluña como nación a partir de un identidad cultural propia. Este es el primer sentido que da Will Kymlicka que es, como Taylor, de nacionalidad canadiense y militante del movimiento francófono del Quebec. Su propuesta política es la de formular un tratado bilateral de respeto mutuo entre diferentes grupos culturales ( etnias) de un mismo Estado ( tomando como modelo el que ha pasado con la comunidad francófona de la cual él forma parte en Canadá). Desde esta posición considera que tenemos que entender el derecho a la propia cultura como un derecho humano, que en el caso de las minorías implica una política activa que hace falta que dé lugar a políticas de discriminación positiva. Kymlicka considera que este último punto, que es el de los derechos de las minorías étnicas, se tenía que incluir dentro de una Teoría de la Justicia.